No sé cómo todo se me salió de las manos, creí que podría con toda la presión y parece que sobrestimé mis capacidades. La vida se está encargando de darme una gran lección y quisiera saber a quién echarle la culpa, no es sólo de ella, yo también le ayudé a enterrarme en el fango.
Ahora estoy tocando fondo con lágrimas reprimidas, preguntándome si algún día dejaré de hacerme daño. No sé cómo me senté a ver mi propia destrucción mientras disfrazaba mis preocupaciones con nuevos planes, que al fin y al cabo, no podría cumplir sin acabar lo primero.
Ha sido a tal grado que, incluso, voy aceptando mi suerte. No peleo. No discuto y sé que maldecir ya no es suficiente… y, ¿a quién podría maldecir? La única que podía decir sí o no a todo, era yo. Enojarme conmigo misma no me ayudará y lo que requiero es tiempo, el que no tengo.
El mundo se sigue moviendo mientras yo pido una pausa. Una que no me merezco y que suplico tener. Victimizarse por lo que yo misma provoqué sólo me demuestra mi mediocridad. Que no estoy preparada para el mundo y que me quedó grande el ejercicio de vivir de una manera realista.
Me puse la soga al cuello, sonriendo, porque el suicido hubiera sido muy aburrido si terminábamos de tajo con el asunto. En vez de amarrarla al techo, la até a la pata de la cama y como ancla, me dejé caer, no he decidido morir o soltarme de una vez. Aún sigo ahí, encerrada en mi propia idea de libertad.
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