domingo, enero 20, 2019

Mis cartas a Valladares (19, 20)

19


Recuerdas todas esas cartas que nos enviamos, esas escapadas antes del atardecer, mucho antes de que decidieras marcharte. El camino verde y pedregoso que cruzamos tantas veces y en el que dejamos marcadas nuestras suelas. Yo sé que lo recuerdas, tal vez de manera amarga, tal vez agridulce. Todas las peleas que por inmadurez tuvimos, las decisiones que tomé y que tanto tiempo te costó curar. Parece que la vida no es justa, Celestina, parece que no. Aunque lo he pensado tanto durante estos años y el justo no he sido yo, yo que nunca pude prometerte nada y que quería hacerlo. Que me fui por el camino fácil, por lo pactado y lo que parecía correcto. Cada vez que la veía a ella, deseaba que fueras tú...



20


Esta será la última carta en mi vida, algo me lo dice, algo me lo susurra todo el tiempo. Así están las cosas, ya no volveremos a ser lo que no logramos ser antes. Desperdiciamos tanto tiempo por inmadurez o juventud, ambas. 
El intento por repararlo lastimaba a otras personas, personas que estaban ahí sin conocer nuestra historia. Un pasado que aunque es bonito, llega a interferir con el presente. Su presente. 
Quedan muchas cosas por decir y qué logro hubiese sido, qué dicha, hubiese sido vivirlo. Me dolería menos una discusión sabiéndote a mi lado que esta ausencia que ingratamente me recuerda eso que no somos. Aquello que nosotros impedimos. 
La memoria es un camino pedregoso cuando se recuerda el andar.

He caído en cuenta de lo poco que te recuerdo aunque te escribo cada día, porque parece una costumbre mía el informarte de todo aunque no lo llegues a leer. 
Y puede llegar a ser que estas sean las últimas cartas que te escriba, porque me pesan los años y se va llevando de a poco la vista, el oído, la fuerza, la vida. Y después de tantos sinsabores, sé que no moriré sola. Habrá alguien que cierre mis ojos y, por fin, descanse de tanta pesadumbre que me trajo tu existencia. Me costó muchos años resolver por mi cuenta, me costó resolverte, una carga que otros me ayudaron a soportar.

Es difícil decir adiós, porque lo he hecho tantas veces y contigo. Siempre desde que inicié me costaba mucho decirte adiós. Porque eras ese mal innecesario que tanto acepté, del que me acostumbré y ahora, varios años después, puedo decir adiós una última vez. Porque será el último. 

Supe, desde que pude recordar el incidente, quién se había apartado de mí y quién había usurpado su lugar. Ahí desterré tu nombre y lo aceptaste. Te dolía. Pensé que no podrías vivir con eso. En cambio, pasaste años usurpando esa identidad que yo misma te puse. Convenciste a nuestros hijos, a tus nietos. Me supusiste senil, pero, no sabes lo que cuerda que he permanecido. Aunque llevamos una vida tranquila, lejos de todo aquello que conocimos, soportaste mi olvido. 

La venganza es dulce, mi amor, se saborea fría. Todos esos años viendo como me hacías a un lado por el bien de tus propósitos. Yo era aquella mujer que no tenía nada qué ofrecerte, porque de amor nadie vive. Era más fácil aceptar todo lo que estuviera en la bandeja de plata que te ofrecían aunque muchos sueños se esfumaran por lo que dirían lo demás. Te vi crecer, te vi engendrar y te vi en la cima. Me quedé ahí, porque ilusamente confiaba en lo que sentía. 

Después conocí a Rafael, me vio crecer, me hizo feliz y me casé con él. 

Verás, cuando fui a la carretera esa tarde, no te estaba buscando a ti, lo buscaba a él. Habíamos peleado porque encontró una de tus cartas y fue a buscarte mientras yo me quedaba desolada en la casa. Después de controlar el llanto, fui detrás de él y entre el humo te encontré. Esa vez te maldije que lo primero que pasó fue una explosión. Podría jurar que esa tarde Dios me castigó. Cuando desperté estabas a mi lado y por error te llamé "Rafael". Sólo me calmabas y tratabas de callarme. Convencías a los doctores de que eras mi esposo, que la explosión debió afectarme y que de ser necesario viajaríamos por el país en busca de una cura. Fue así como emprendimos el viaje, fue así como no dejé de llamarte por su nombre y no me faltaste nunca. 


Valladares, a expensas de mi muerte te regalo lo que tantas veces pronuncié. Te regalo el que lo leas, porque de mi boca no saldrá nunca más. Tantas cartas que tendrás que leer ¡que ojalá te alcance la vida! Te amé, por tantos años lo hice, aún con mis desaciertos. Aún con los castigos que te impuse, con las rabietas infundadas y las amenazas de irme de casa que nunca cumplí. Sólo así llegué a ser eso que tanto querías, eso que no era de la vista pública, que en nuestro entorno y mundo nunca se vería bien. Marido y mujer, unidos por la ley del tiempo. Malditos por ellos, benditos por nuestros hijos y santificados por nuestros nietos.



Con esta me despido, 
    La Celestina que aún te espera en el arroyo. 

   
  
FIN

  

No hay comentarios: