domingo, septiembre 30, 2018

Octubre 4

Recuerdo ese día, esa fecha y ese año. Era 2014 (octubre 3) cuando salía de unas de mis consultas con una de las peores noticias y no pude pegar el ojo en toda la noche. La vida me pronosticaba existir hasta mis cincuenta y en ese entonces, tenía veinticinco. Sabía, de alguna manera, que el tiempo pasaría volando y no podría llegar a hacer todas esas cosas que siempre pospuse y las muchas otras que querría empezar a hacer, al menos, en mi imaginación. 
Estuve esa madrugada (Octubre 4) sin poder cerrar los ojos hasta las cinco de la mañana y una llamada me despertó a las nueve de la mañana con una noticia mucho peor. Mi nana, mi mami, mi segunda madre... había muerto. No podía creerlo. Días antes había hablado con ella para decirle que iría en diciembre a verla, después de catorce años. No podía imaginar en mi atolondrada cabeza, en ese instante, un mundo donde no estuviera ella. Desde que tenía uso de razón, ella existía. Existía en los buenos momentos, en los malos, en las caídas y en los regaños. En esas tardes de telenovelas abrazada a ella, en esos tamales hechos por montón. En la navidad. En los cumpleaños. En los domingos. Todos los días de escuela a las seis de la mañana. En las citas médicas. En los gritos de la seis de la tarde porque ya estaba la cena y en ese último adiós que me dio por adelantado porque no quiso ser testigo de mi mudanza a otro país. 
Ese día (Octubre 4) me la pasé llorando y parecía que me estaba muriendo pero, no podía morir en ese momento. En mi agonía me ahogué todas las palabras que quise decir y era uno más que la desolación. Nunca pude pronunciar palabras de condolencias a sus hijos, a mi tío y a sus nietas. No podía dejar de pensar en todas esas veces que la imaginé en mi graduación, en mi boda o conociendo a mi primer hijo. Y en ese momento, sólo había un espacio vacío en la banca de la iglesia, en la mesa de la fiesta, no estarían los ojos claros que quería que fueran parte de mi felicidad. 
Cuatro años han pasado y no hay momento que no piense en ella. Y justo en los momentos de desolación quisiera que me abrazara. No he encontrado abrazos más cálidos como los que solía darme. 
Me propuse ser feliz y positiva en todo lo que me restaba de vida porque sabía que podría reunirme con ella pronto. Ante cada problema, encontraría una solución; un obstáculo, fortaleza; una lágrima, un consejo; ayuda, una mano. 
Puse todo de mí para que fuera, cada día, de esa manera. Sería fuerte y aún con el tiempo encima, lograría todo lo que me propusiera. Sería feliz. 
Cuando cumplí veintinueve, aún tres días después, estaba en la sala de un hospital realizándome un examen para descartar esa rara enfermedad. El doctor me vio muy soriente y me dijo que no tenía FQ. Me sentí feliz y aliviada. Así como lo hizo mi familia. Pero, no sabía que había tomado eso como un permiso para volver a tocar fondo en la tristeza. De dejarme llevar por sentimientos de amargura y estancarme en el pasado. Ser esa yo que había dejado atrás, porque no tenía tiempo de aferrarme a todo lo que los demás veían como prioridad. No tenía tiempo para llorar y ver el mundo pasar. Cada vez que llorara, sería una fuga pero, limpiaría mis lágrimas y lucharía por esas cosas que siempre quise, aunque fuera lo último que hiciera... 

Creo que llegó el momento de renovar esos votos y seguirle haciendo tributo a mi mami, esa mujer que me abrazó haciéndome llamar "hogar" a una persona. El tiempo que yo me tarde, valdrá la pena si vuelvo a estar en sus brazos.  

viernes, septiembre 21, 2018

Todo mal

Desperté con ganas de empezar un día tranquilo y sin quejas, por primera vez en la semana. No hice caso a los mensajes, ni a los correos y menos, a las notificaciones. Quise acurrucarme un rato más en la cama y acompañada por mi gata, pasar un ratito más de paz. 
Cuando por fin decidí contestar, revisar todo lo que me mandaban y contestar todo eso que necesitaba una respuesta, empecé a conciliar el sueño y por momentos muy breves, se me cerraban los ojos y comenzaba a soñar. Con personas que no conozco y con otras que sí. 
Por un instante decidía entre seguir soñando o volver a la realidad, con mucho pesar me levanté porque la realidad tiene metas cortas que cumplir y para eso, yo soy su títere. Así que me bañé, cambié, peiné, comí, atendí lo que debía ser atendido y justo cuando pensaba que llegaba temprano, llegué tarde.
Tuve que lidiar con ese genio diabólico, no tanto como el mío pero que tanto me choca, de otras personas. Supe desde ese instante que todo lo que siguiera, estaría mal. En efecto, todo salió mal. Mi cansancio sobre el drama, mi poca paciencia con las personas que me rodean, mis pleitos internos entre continuar o mandarlo todo y a todos al carajo y la suma de mis ganas de desertar pronto, dieron un resultado de caminatas sin sentido con enormes ganas de ceder al llanto. 
Cedí pocas veces y muchas otras me aguanté, contando mis pasos y manteniendo la calma. Inhala y exhala. Entré a la biblioteca con el objetivo de dejar a un lado el drama, tomar un libro de negocios y avanzar en eso que tanto anhelo terminar para no volverlos a ver nunca más. 



miércoles, septiembre 19, 2018

Lo que pase primero.

Ya llega un punto en que no sabes si descansar es bueno o no, no vaya a ser que descanses de más y te levantes peor. Me dedico a ver pendejadas y a hacerlas. Me sale natural. Una se supone que no merece nada de lo que le pasa o se pregunta por qué le pasa, pero, debe pasar mucho tiempo para entender el merecimiento. Aceptarlo. 
Como todo lo que pasa se remite a todos los ámbitos de la vida, todo pasa parejo. Por ejemplo, yo soy feliz estando en mi casa y no es que sea un lugar lujoso o extremadamente maravilloso. Ni siquiera tiene vista a la calle o a un jardín (ni siquiera a uno seco), es más esa falta de percepción del tiempo. Una cápsula que me destierra del mundo. Si salgo de este capullo al que llamo "hogar", todos los problemas se hacen presentes: la gente, el tráfico, los fumadores, los que estorban en el camino, el que se pasa el alto justo cuando pongo un pie en el asfalto, los que se ríen como si tuvieran altavoz, los ambulantes, el clima, el calor, el frío, la que te cae mal, el que te gusta, el que no te gusta pero tú a él, sí...  y todos los demás que deseas que se vayan al carajo. 
Entonces, el humor va al paso del viento y en picada, el dinero se esfuma porque se te antoja todo. El sueño te acompaña porque el mundo amanece más temprano que el sol y escuchar tanta pendejada, o te da risa o te taladra el cerebro. 
En mi caso, voy por la vida buscando un café, confundiendo el azúcar con esperanza porque así aliviano el día y siempre estoy tratando de apresurar al tiempo, porque quiero regresar a casa. 
Y resumo que después de haber escrito esto, lo que en realidad me molesta, es la gente. Aparte, es lo que hacen ellos y lo que yo misma me provoco, a veces llanto o a veces, gracia. Lo que salga primero. 

lunes, septiembre 17, 2018

Timidez

Tenía 5 años cuando empecé a odiar que me pusieran vestidos que mostraran más allá del cuello o que no tuvieran mangas. Odiaba tanto tenerle miedo a una sonrisa dada por un adulto, porque parecía que podía observar más allá de mí, sin saber si eso podría ser cierto. 
Incluso huía de la atención que la maestra del preescolar solía darme porque me sentía tan incómoda siendo observada, aún cuando lo que no estuviera haciendo no fuese una travesura. 
Al crecer, sólo podía quedarme callada o cuando requerían que participara en clase podía hacerlo siempre viendo al suelo o titubeando. Y porque por más que quisiera ser fluida o más extrovertida, todo me daba pena. 
Participar frente a los demás se volvía una tarea MUY complicada. Una preparación mental que me quitaba el sueño. Hasta para los eventos en donde me veía involucrada en visitas con la directora, una monja, me quedaba callada aunque no fuera mi culpa. 
La timidez, supuse, era una cuestión de miedo. Si la persona no me inspiraba confianza, cerraba la puerta (metafóricamente) y correr, sería un pensamiento recurrente. Lo mismo sucedió aún en preparatoria, porque nunca me hicieron hablar más de lo necesario pero, al escribir, era un caso totalmente diferente. 
En mi primera carrera lograba hablar porque ciertos maestros me inspiraban confianza. En mis primeros trabajos, logré hablar fluidamente y sin equivocarme, porque ya me había aprendido todo lo que estaba vendiendo/ofreciendo/ayudando y parecía muy segura de mí misma pero, en realidad, odiaba hacerlo. 
Y ni hablar de las relaciones amorosas, muchas oportunidades pasaron de largo porque no lograba decir lo que realmente quería y moría por hacerlo. ¡Cuántas veces me reproché por amores del pasado que pudieron ser más que eso! 
Y aunque desde un tiempo atrás se me ha dado esa facilidad para hablar con las personas, otras personas lograron a que dejara el silencio de la inconformidad y de no hablar por aquello que tanto quería. Porque hay ciertas personas que se aprovechan de los que "parecen" sumisos, sin saber que están alimentando a una bestia que tiene mucho que expresar sin filtros ni tapujos. 
A veces, hablar, aún con todos los miedos atorados en la garganta, suele ser un regalo muy personal que puede liberar el alma. 
Y me he dado cuenta que sólo lo hago cuando realmente quiero algo. Sigo siendo la misma tímida de 5 años que actúa el papel que se le encomienda en ese momento para poder moverse entre los demás. La que pretende ser alguien que no es, una representante de sí misma porque la verdadera se esconde entre sus miedos arraigados y los anhelos frenados, todos abrazados entre sí, en algún lugar en mi cabeza. 

miércoles, septiembre 12, 2018

Amazing Day

Escribí esto porque desde hace días me he visto en el espejo con una historia que contar, las palabras han salido como oraciones en pleno rezo y de todo eso, salió esto...


Hace mucho tiempo, unos seis años, me encontré con una señora que me leyó las cartas. Recuerdo en que insistió bastante para dejarnos ver las venturas que nos traería la vida muy pronto o no tan pronto. Escuché todas las predicciones que iba diciendo con respecto a mis amigas y cuando llegó mi turno, muchos nervios se apoderaron de mí. A media lectura agregó que conocería a tres hombres en mi vida y cuando llegó el momento de nuestra boda, dos hombres se aparecieron ante mí, rogando que no me casara porque cometía un error. 

Cuando te conocí no tenía idea de lo mucho que compartirías conmigo y tampoco confiaba en que llegaríamos tan lejos. Había pasado por tantos fracasos que pensé, serías uno más. Traté de no encariñarme contigo o de no ver más allá del día siguiente. Te mostrabas tan callado y siempre con expresión de saber algo que aún yo no. Y desde que tomaste el valor de preguntarme delante de los demás si querría pasar una vida contigo, até en mi mente un lazo contigo, todo lo que representas y todo lo que creía que eso significaba para ambos.

Así que cuando llegaron a decirme que cometía el error más grande de mi vida, me aferré a ese vestido blanco y a ti. Esas cartas que predijeron que algún día te conocería me provocaron un dolor de cabeza y tanta incertidumbre, porque siempre tengo mala suerte para coincidir con las personas correctas. Y en ese día tan importante, tuve incertidumbre de lo que estaba pasando, quise detenerlo todo pero, sabía y quería lo que estaba aconteciendo. Me aferré tanto, a que aunque no fueras tú, yo quería que lo fueras. 

Tomé todos mis miedos y dudas y las llevé conmigo al altar. Tomé tus manos e hice promesas que no sabía si cumpliría, aún con todo encima, me prometí a mí que serías tú, siempre. Y no fue un capricho, fue ese revolcón de esperanza que me invadió al instante, al verte esperándome. 

Tomé esa vida juntos y empecé a vivirla, contigo, confiando en que siempre estarías a mi lado. Que todo lo que hiciera, sería contigo. Que a donde fuera, sería contigo. Que estarías ahí en toda esa vida juntos. Nunca pensé que la vida llegara a ser tan efímera como tampoco imaginé el final. Posiblemente haya pensado que yo me iría antes que tú pero siguiéndome un día después. O viceversa. 

Me preparé en todos estos años a no faltarte nunca porque, el amor se alimenta, se arropa, se cuida, se reacomoda y crece, se fortalece. Pero, en ese tiempo jamás volteé a verme. Dejé a un lado todo lo que tuviera que ver conmigo y le resté importancia sin saber que ambos perdíamos. Cada día me sentía peor y hasta este momento, me doy cuenta que, he recortado esa vida que prometí siempre contigo. 

Suelo verte dormido en el sillón mientras no digo nada. Siento el aroma a enfermedad en el aire y pido al cielo un día más. Agoto, supongo, mi existencia a costa de lo mismo. Dime, ¿qué promesa podría hacerle a Dios para quedarme más tiempo contigo? ¿Qué pacto podría ofrecerle al Diablo por verte envejecer conmigo?
Te quería tan eterno conmigo y he sido tan breve entre nosotros que pronto no habrá ninguno. 

Me hieren los celos pero, ¿qué podría hacer alguien que ya no existirá por sentirlos? Si la vida pondrá a alguien más en tu camino para que seas feliz ¿Qué podría decirte ahora que te componga el alma? Me resumo en seguirme atando en ese lazo que mentalicé en ti mientras la muerte afila su oz. 

Y lo último que puedo decirte es que di todo de mí antes de tiempo. Que hiciste que esta mujer tan fría hiciera algo sin temor a perder y que no le importara hacerlo, porque le cuidaba alguien más que no fuera ella. Que dejaste atar ese lazo y cuando parecía romperse, tú anudabas los hilos rotos. El día que tomé tus manos en ese altar, diste todas las respuestas a mis dudas y dibujaste un camino en donde nublaba mi incertidumbre. 

Porque estaba empeñada en que fueras tú, quería que lo fueras, lo fuiste y puedo morir sabiendo que siempre lo has sido.   


 FIN. 

sábado, septiembre 01, 2018

El gato y el ratón

De nosotros dos, ¿quién lo es? De nosotros dos, tú huyes más y yo, dejo de correr. 
A veces te persigo con la mirada y a veces, tú lo haces. Yo no lo veo pero prefiero no saber. Así no estoy alerta y puede ser que, así no quieras correr.
Unas veces yo soy el gato, jugando a ser tan indiferente; en otro momento, soy el ratón pero, parece que no le temo a la muerte.  
A veces invertimos papeles o solemos repetirlos. Unos días somos gatos y otro día, somos ratones, corriendo en direcciones opuestas. Corriendo en círculos. 
Otras veces me planto en tu territorio pero nunca, recorres el mío. Esos días estoy jugando al gato y a veces, juego sin querer jugar. Tantos días he decidido no jugar y siempre termino rasguñando. Rasguñando al pensamiento oportuno donde es más fácil tu ausencia que una palabra tuya... 
Maldito ratón, me doy cuenta que siempre a esconderte vas... Maldito gato, que aún tengo ganas de rasguñar tu serenidad.