sábado, septiembre 30, 2017

Sismo 19 de septiembre

Cuántos días han pasado en los que me he ausentado hasta de mi propia vida. Un día estás sentada frente a tu computadora haciendo tarea y en segundos estás rogando por llegar a la salida. Escuchas los gritos de tus vecinos mientras tratas de meter la llave en la puerta y cuando abres, sientes alivio sin saber lo que vendría después. 
Me encontré con redes sociales llenas de derrumbes, gritos de auxilio, miedo y duda. Pensé que serían días llenos de inseguridad, en realidad lo son. Supuse que todo estaría controlado y que después de eso solo me quedaba esperar para continuar con la rutina. Entonces, vi más allá del panorama a las tantas familias que se quedaron sin casa, que perdieron seres queridos, mascotas y que sienten miedo por lo que viene después. 
Decidí ayudar. Hacer algo o más bien, ver qué le podía ofrecer a las personas que perdieron un pedazo de sí mismas. Entre mis días de caminar de un lado a otro, de enojarme y quejarme por las condiciones en las que tenía que enfrentarme antes de poner manos a la obra, me di cuenta que yo estaba en la gloria, de alguna manera, no tenía de qué quejarme. Cuando logré hacer algo, aún no estaba contenta y es que luchaba más por hacer que me ayudara a mí a verme como mejor persona que preocuparme por si los demás estaban sufriendo o no.
Los días pasaron y seguía más frustrada que el día anterior al otro. Decidí no salir un sábado y tomarme un descanso. ¿qué era lo que realmente podía hacer por los demás que estuviera a mi alcance y que no me hiciera sentir frustración, a la vez que dejaba a un lado la postura de tener una imagen de servicio y buena voluntad?
Dejé de pensar en la idea de lograr algo que generara un impacto para obtener el reconocimiento y me puse a ayudar de verdad, en algo honesto y que mantuviera mi mente alejada del ego arrogante que me perseguía durante los silencios. 
Busqué y esperé por horas lugares en donde se necesitara la ayuda y hasta que no tuve contacto con familiares, brigadistas y rescatistas, no me di cuenta que la realidad era más pesada de lo que sabía. No podía saber qué tan jodida e incompletas estaban las personas hasta que tuve que ver cómo vivían en ese momento. No sabía que sufrían de frío, lluvia, calor y de desesperación. La incertidumbre que dominaban los escombros: ¿están vivos o muertos? No puedo imaginar el dolor de una familia que acaba de perderlo todo. 
No puedo imaginar lo que es perder a alguien que amas. No puedo imaginar el momento en el que una luz se apaga ni qué sueños y metas tuvo, qué problemas dejó inconclusos y a qué personas no le puedo decir lo que sentía, bueno o malo. 
No puedo ponerme en el lugar de alguien que tenía  ideas por realizar, sueños que imaginar, pensamientos que dominar, metas que cumplir, besos que dar y todo aquello que imaginó en el futuro o en la persona que ya no podrá escucharlas, verlas, sentirlas y compartirlas. 
No puedo ponerme en su lugar, aunque estuve varios días buscando a quien ayudar, cuando realmente ayudé y supe que es lo más desgarrador de la vida, no llegué a comprender y a sentir lo que es ver el mundo de alguien desmoronarse, literal y figurativamente. Después entendí que al ponerte en sus zapatos, sufres con ellos y que no hay una palabra para definir todos esos sentimientos encontrados, que no hay paz ahora, que no sabes cuándo llega la resignación y que no habrá día de tu vida que  no agradezcas por todo lo que tienes y por esas personas que siguen contigo. 
Hasta que no vi lo que una sociedad puede hacer por sí sola, no entendí que el mundo aún puede salvarse. No lo vi venir, de toda esta gente que en el transporte público, en la calle, en la escuela o en el trabajo puede ser indiferente en un día cualquiera... también puede ser aquel hermano, paisano y amigo que te puede brindar una mano sin saber tu nombre. 



viernes, septiembre 15, 2017

Sin dirección

Me he sentido más confundida y perdida en estos días que en lo que me he sentido en toda mi vida.
Cada mañana me levanto para ir a estudiar otro idioma y regreso a casa, desayuno, hago tarea, me baño, me cambio y camino hacia la escuela... 
Y llego a la primera clase a deprimirme porque el profesor no es lo que yo esperaba. No siento que aprenda, no siento que entienda. Mi mente divaga mucho y estoy creando más hemorroides de estar sentada que ideas por recibir iluminación. 
Regreso en la noche y parece un día perdido, nada nuevo y la cena. Nada nuevo y la tarea. Nada nuevo y a dormir. 
Hay noches en que no duermo porque mi imaginación está a mil por hora. 
Sueño cosas que no pasarán y cosas que son muy fantasiosas. 
Sueño con que este semestre termina y yo estaré muy lejos para olvidarlo. Me confunde estar tanto tiempo conmigo misma y eso no es una buena señal ¿Cuándo empecé a ser mala compañía para mí misma? Y ahora entiendo que es momento de un cambio pero no sé en qué sentido. Hay cosas que no cambiaría pero hay otras que sí, esas con las que ahora no puedo cambiar. 
Tal vez, me consuela un poco el hecho de poder imaginar otras alternativas en un mundo casi idéntico al de ahora. 

domingo, septiembre 10, 2017

El Mundo

Con todos los eventos a los cuales nos enfrentamos ahora, es momento de unirnos como sociedad para apoyarnos los unos a los otros.

Ya van varios huracanes, un terremoto y no sé cuántas cosas más nos faltan por vivir.
Recuerdo que estaba viendo una serie en Netflix y de repente, los perros de los vecinos comenzaron a ladrar, las cosas empezaron a tambalearse y voces iban sonando por los pasillos. Decidí buscar mis llaves, acomodarme la bata y salir a la calle. No cerré la puerta de mi casa, salí sin ver hacia atrás y caminé por el pasillo. Cada paso tambaleante. Llegué hasta la calle y podía ver a todos los vecinos en ropa de dormir, asustados, algunos sosteniendo a sus mascotas y otros abrazándose. Yo, por supuesto, estaba sola tratando de comunicarme con mis familiares y amigos, mientras la tierra seguía en movimiento, del cielo destellaban luces y los automóviles avanzaban más despacio. 

Después de un buen rato, empezamos a entrar a nuestras casas y yo seguía tratando de comunicarme con mi familia, la cual estuvo más cerca del epicentro. Después de veinte minutos de intentos fallidos, me llama mi tía. Ella estaba hecha un mar de lágrimas porque no pudo salir de su casa, entró en pánico y comenzó a llorar. La escuché atentamente y traté de calmarla. No se calmó del todo pero, al menos, quedó más tranquila y pudo desahogarse. 

Luego me llamó mi mamá, quién no vive en el país. Mi padrastro también se comunicó conmigo. Mi mamá estaba preocupada por las noticias que iban pasando en la televisión y también tuve que calmarla. 

Es en momentos como estos que debemos mantenernos juntos. Mientras unos buscan teorías del por qué o que si Dios, el poder de la oración, que si es nuestra culpa o lo que sea... Son momentos de reflexión, en vez de buscar culpables. Si algo está mal y lo sabemos, en vez de evidenciar el daño, debemos ver hacia el futuro y mejorar nuestra actitud y nuestros hábitos. Qué estamos haciendo bien y qué podemos llegar a hacer por el mundo. 

No nos queda de otra que ponernos de pie y ayudar al prójimo. Si creen en Dios, adelante, pongamos fe y oremos por todas esas personas que murieron ante este desastre pero también, pongamos manos a la obra en apoyar a todos aquellos que han perdido lo único que tenían. Debemos ser agradecidos con lo que tenemos y por las personas que permanecen a nuestro lado. Ser agradecidos porque aún estamos aquí y estamos enteros. Busquemos soluciones y no culpemos a un tercero por lo que pasa, de alguna manera, en mayor o menor medida, hemos aportado para que este tipo de situaciones pasen (hablo de la contaminación y el consumismo desenfrenado). Debemos ser más conscientes de que este mundo no es para siempre y que todo por servir se acaba. 

jueves, septiembre 07, 2017

Tiré la toalla

¿Sabes? Hay un punto en la vida en donde no hay que esperar.
La vida sigue mientras yo espero algo que no va a pasar.
Me conformo, tal vez, con verte pasar de un lado a otro,
De una esquina a un estante y de un pasillo a una silla.

No quiero saber tu nombre, qué haces y qué te gusta.
Sólo sé que te gusta leer y tomar café por las tardes,
que tienes la voz ronca y tienes el acento de la ciudad.
Creo que puedo vivir con eso por el resto del año.

Creo que puedo permanecer en silencio y solo verte.
Hacer como la que siempre lee y no te busca,
puedo caminar de un estante a otro sin seguirte
Formar un sendero sin seguir tus caminos.

Creo que tiré la toalla y no sé, si es definitivo...

sábado, septiembre 02, 2017

Relato II. Bibliotecario

Me mata, ¿sabe? Me mata verlo y no saber más de usted.
Me gusta el juego de no conocernos pero dadas las circunstancias,
conoce más de mi que yo de usted.

Imagino su nombre a cada juego de 5 minutos.
Supongo que tiene cara de Alfonso, Rodolfo o Alonso.
No sé cuál combina más con su actitud.

No sé si estoy más cerca o más lejos,
No entiendo realmente en dónde quiero estar.
Ese rol de mis amistades con locuras penosas
Y mi rostro tratando de mantener la paz.

Pero, ya es muy tarde, ya lo sabe y yo sé que lo sabe.
Lo veo escabullirse entre los estantes y pavonearse,
pasa a prisa lenta, a vistazos de rabillo, muy a veces,
correspondido por mi curiosidad.

Entre el intento de mantener la paz,
la conciencia me invita a concentrarme más en los libros,
la razón me dice que es momento de seguir adelante,
pero esas miradas invitan a permanecer ahí con usted.

No le tengo miedo ni pena,
hay cierta confianza no dicha, no pactada,
esa de mantenerle la mirada.

Hasta que veo que se burla de mi,
lo veo sonreír cuando pasa a mi lado,
viendo que me he apartado de su camino
se burla de mi y no conmigo.