Hay algunos días en los que quisiera estar en medio de un bosque de nube espesa. En una montaña muy alejada de la civilización. En un rincón más cercano al cielo que al smog. Posiblemente escapar del mundo y es que me he marginado a vivir encerrada sin saber nada del exterior. Dejé que el mundo siguiera su curso mientras yo me imaginaba en otros lugares que no fueran mi cama mientras abrazo la almohada, cerrando los ojos para que nada de lo que me acompañe logre distraerme.
Sueño despierta constantemente y luego analizo sentada si desearía estar haciendo otras cosas mientras los demás salen a comerse el mundo. No sé si ellos se comen al mundo o el mundo a ellos.
Pensaba que cada vez que mi madre me decía que cuando yo me la pasaba encerrada en mi mundo, el mundo real seguía girando en tanto yo permanecía viendo ese mundo girar. Y tal vez era cierto. Hasta la fecha no me ha importado si el mundo gira o deja de hacerlo, me siento más segura dentro de todo lo que pienso.
Llega a molestarme esa revolución de muchas cosas que terminan en nada. El silencio envuelto en muchas palabras dichas y en silencios que dicen todo. Me he dado por vencida en cambiar mi entorno y en cambiarme a mí, en lo que hago siempre y siempre que lo hago, ha cambiado.
Supongo que tengo la sensación de ser la misma persona y me siento más atada a esa niña que, todas las tardes, imaginaba sentada en la rama de un árbol en el patio trasero, una vida tan sencilla como decir "sí" a cada juego con los amigos vecinos. Y ahora es tan complicado hablar como adulta, todo lo que sea mientras no suene a problema. En algún punto del camino, a kilómetros de distancia puedo verme extendiéndome la mano en mi vejez, que aunque no está cerca, feliz me espera, cuando sea el momento.
Es cierto, a nadie le gustan los problemas pero entre más uno vomita el veneno que lleva dentro, más liviana se vuelve la carga. Y lo digo, en nombre de todos esos nudos en la garganta que me aseguré de no deshacer y en aquellos que deshice tan fácil que, no me daba cuenta que los soltaba a la persona equivocada.
Y aquí está otra vez, la niña sentada en la rama de un árbol a medianoche, con una taza de café en aquel patio que jamás volvió a ver.