Dentro de sus páginas se encuentran los pensamientos más intensos, esos que no puedo escribir en un archivo de word, tampoco en un blog. Es como todo eso que no quiero decir pero debo expresar y sin embargo, se quedan escritos sin esperar a que alguien los lea.
Es uno de los tantos cuadernos que he llevado conmigo, que he dejado en casa y que dejo a la vista de todos porque nadie tiene el interés de leer. Al menos, no un cuaderno que parece tener apuntes escolares. Es muy bonito por fuera, da esa sensación de cuaderno viejo pero en un color no básico. Lo compré antes de mudarme y hasta la fecha no he logrado llenarlo. Cada uno de sus pensamientos tiene fecha, a veces pasan meses que no escribo nada dentro de él. Últimamente no lo he hecho y es de esas ocasiones tan particulares en las que me pregunto si realmente escribir es parte de mi vocación... A veces lo dudo tanto, porque no tengo el ego. Porque no me gusta acaparar la atención, soy apática por momentos y en otros, soy tan invisible que la gente puede pasar de largo.
He pensado que si algún día tengo éxito seguramente pondría a alguien más a exponer mis ideas o explicar mis libros, porque a mis 29 años aún me da pánico hablar en público. Si quiero decir algo, mejor lo escribo, porque así ordeno mis ideas.
Verán, para todas las personas que me han dicho que soy fría o no tengo una opinión al respecto... El momento en el que tengo esa atención, toda ella hacia mí, es como si me partiera en dos y otra versión de mí me dijera "no lo digas", "no llores", "no te rías", "¿así te vas a quedar?", "di algo", "déjalo ir", "¡Huye!"...
Normalmente no huyo pero, me muestro impasible. Siempre hago eso cuando siento mucho. Tengo ese dilema entre lo racional y lo emocional, mientras tanto, por fuera todo parece normal.
En el cuaderno lila es, pues, donde se quedan todos esos pensamientos intensos que no puedo compartir con el mundo.