domingo, diciembre 31, 2017

¡Feliz Año Nuevo!

Para todos los que me leen y para mí:

Les quiero agradecer a las pocas personas o a los valientes que me leen cada vez que publico algo. A veces puedo ser muy intensa o muy sosa tratando de explicar mis ideas y sentimientos. Posiblemente a más de alguno aburrí y tal vez, con alguno me pude entender aunque no me lo escriba. 

Gracias a todos ustedes, por darme un poco de su tiempo y leer a este intento de escritora que pretende mejorar día con día. Gracias por las lecturas de este año y les agradezco de antemano, leerme en este año que viene. 

Escribo para ustedes y para mí. 

¡Feliz Año Nuevo! 

sábado, diciembre 30, 2017

Propósitos

Los propósitos de este año no son tan diferentes que el año pasado... o el anterior... o el que le sigue. 
Al menos, antes de terminar el año ya me levanto más temprano. Me olvido del teléfono. No intensifico mis emociones en situaciones tan efímeras y permanezco más tiempo callada que diciendo estupideces. 
Creo que será perfecto no proponerme nada que no vaya a cumplir en este año que viene. 
El 2017, fue un año lleno de altibajos, todos más bajos que altos. Con muchas complicaciones en todos los ámbitos. Y siento que me endurezco con el pasar de los años, porque es muy difícil confiar en las personas o saber en quiénes hacerlo. Gracias a eso, puedo notar cuando debo alejarme de una persona o no.
Cuando debo realizar cambios y cuando son por mi y por otras personas. En lo último, lo más sano y seguro es que las opiniones resbalen...
A este punto de mi vida, no creo tener tiempo para lo que los demás piensen de mi o que me afecten sus decisiones. Se quedará quién se quiera quedar, vendrá quién quiera hacerlo y se irá quién se tenga que ir. 
No seré exigente conmigo misma si no tengo ese propósito. Las prioridades siguen siendo las mismas pero con más disciplina. 
 



viernes, diciembre 29, 2017

El último viernes del año

Llevo 2 semanas con mi familia, en una ciudad recóndita al sureste del país, a unos kilómetros de la frontera con Guatemala. Estamos en la costa y por ende, el clima es caluroso y húmedo. 
Cada vez que me subo al avión camino hacia este lugar, me preparo mentalmente para la ráfaga de viento de bienvenida que parece que me arranca la piel. Sigo caminando mientras inhalo y exhalo, pensando que en unos días me acostumbraré a lo que antes había soportado tan relajadamente, cuando crecía y que dejé de añorar porque soy más fan del frío que del calor. Pero, ahí está mi familia esperando del otro lado de la sala y todo comienza a mejorar. 
Dejo atrás lo que traía cargando desde la ciudad más fría y loca. Dejo mis pensamientos, mi cansancio y mis malas vibras. Lo que no dejé atrás fue mi enfermedad, ella se aferró a mi cuerpo hasta que tuve que amanecer en un hospital. Se fue llevándose 6 kilos de mi persona y me dejó, una lista de 10 medicamentos, una pila de almohadas por la noche y una terapia sonsa. Me siento como drogodependiente, de esas que con cada pastilla tiene el efecto placebo y ni siquiera sabe qué medicamento sirve para qué. 
He hecho NADA. Las redes sociales se vuelven tan aburridas, las conversaciones me parecen forzadas y me parece conveniente, a veces hasta mejor, que nadie sepa de mi. Solo mi familia, mis gatos, mi casa y el calor que me abruma en estas vacaciones. Se siente un efecto liberador. Pacífico. Utópico e imperfecto volver a las raíces que una vez me vieron crecer para luego volver al caos al que decidí pertenecer en el frío constante de una ciudad que nunca duerme.