lunes, diciembre 08, 2014

Recuerdo cuando...

Recuerdo cuando me hablaron por primera vez del amor. Pensaba que era una idea descabellada que valía la pena experimentar, me contaron de las mariposas en el estómago o de las noches de insomnio inventando historias que acabarían en sueños con finales interrumpidos por el sonido de la alarma en la mañana. 

Tenía la idea ajena del amor y pensé que no sería malo, porque tenía un final feliz ¿Cierto? Porque se supone que el amor es para siempre. Cuando te ves reflejada por primera vez en esa persona que no conocías y le devuelve al pasmado rostro que te representa, una sonrisa única que parece ser dedicada a ti, La entrada al paraíso. El cielo en cada paso que das, las nubes sus escaleras; tu, su único ángel y él, dios. 

Recuerdo cuando el amor tocó a mi puerta una mañana. Ingenua mocosa. Me vio caminar a prisas hacia la escuela, ese día la banqueta parecía ser el tramo más largo jamás cruzado y mis piernas parecían ser las más cortas. No tenía otra meta que poner un pie en la entrada de la escuela antes de que dieran las siete en punto. Y como sorpresa de la vida, él se fue aproximando a pasos agigantados. Pasó muy cerca de mí y de pronto, nuestras miradas se clavaron mutuamente y como polos opuestos de un imán, no había fuerza que pudiera separarnos. Me quedé clavada en sus ojos claros y con su sonrisa me mató. Ahí estaba yo, pasmada y con una sonrisa tímida. Bajé la mirada al sentir el hervor de mis mejillas y continué mi camino. La meta inicial había dejado de ser prioridad. 


Esa mañana me la pasé pisando nubes en forma de escaleras, me vestí de blanco y seguro que me crecieron alas, sólo que no las podía sentir. Seguro me volví ángel y por ende había encontrado al dios a quién debía de adorar, por voluntad. Y fue entonces cuando todo estaba perdido. Yo estaba perdida.


Las mañanas siguientes pasamos de sonrisa en sonrisa, sin decirnos una sola palabra y cualquiera que observara la escena podía entender que era un amor platónico de inicios a finales. Nos sobraban las palabras en miradas de corto plazo y nos abrazamos con el viento que viajaba entre nuestras distancias. Todo parecía mágico y deseé que fuese eterno. Y era eterno hasta el punto que el efecto de esa droga duraba hasta la mañana siguiente. Siempre constante en pasar a la hora dictada, aunque el intento me durara veinte segundos de mi vida.


Recuerdo cuando nadie me dijo que el amor no siempre tiene finales felices y el corazón primerizo no entiende las razones que da la lógica. Que el tiempo parece eterno a la hora de curar y que el sufrimiento es el precio mas alto que paga cualquier ser humano que se deja intoxicar con el contrato de letras chicas que nos vende el amor. Esa mañana, como muchas de tantas que parecían ser el primer día de todo, vi al creador de mis sonrisas entrelazando sus dedos con los dedos de otra muchacha. Recuerdo cuando clavé mis ojos con expresión herida sobre los suyos, cuando bajé la mirada con ilusiones rotas y sentí como el corazón me clavaba patadas dentro del pecho, una cada vez mas fuerte que la anterior. 


Recuerdo cuando decidí no verle a los ojos nunca mas y mi corazón estaba furioso. Recuerdo que el aire que pasaba entre nosotros parecía una tormenta de nieve y no había ser diminuto que lograra sobrevivir a esas ráfagas de frialdad. No quise verle a los ojos y juré no caer en esos juegos nunca más, porque no había paz mas absoluta como cuando no sientes nada. Cuando le das la espalda al amor y te haces la sorda, ciega y muda. 


Recuerdo cuando me prometí una y otra vez que no volvería a caer en esas trampas que parecían hechas por el diablo. Que con cada lágrima derramada se moría de poquito a poco mi inocencia y me volvía corazón de piedra. Que las noches de insomnio sabían a amargura y la luna no parecía buena compañía. El recuerdo de aquellos amores se convirtieron en preguntas que empezaban con el "¿y si hubiera...?" Mientras mi reflejo lógico me decía: "Eso no existe".


Recuerdo cuando lloré tantas veces por diferentes amores y es que, no cumplí con ningunas de las promesas por aprender a vivir en el mundo de la ambivalencia en el que habita el amor. Ahora sonrío por lo que antes lloraba, no conocía lo complicado y lo bonito de las cosas, lo jodido y lo gozado de la vida, lo soñado y lo sufrido de unos besos que al principio saben a gloria y después a vinagre. De abrazos que conectan corazones y brazos que luego ponen distancia, de palabras que iluminan el alma y luego rasgan memorias.  


Recuerdo cuando olvidé todo eso y volví a empezar. Aún sabiendo las consecuencias, apostaba porque sería diferente, y en el trayecto lo fue, pero el destino era el mismo.... Recuerdo cuando fue la última vez que dejé las apuestas para firmar una tregua y desde entonces, siento que voy en la misma banqueta como hace diez años, en donde mis piernas parecían tan pequeñas para un trayecto tan largo. Con una sola meta; en donde posiblemente otros ojos y otra sonrisa cancelen el tratado de paz y comience la incertidumbre de tratar o morir hasta que recuerde cuando no aprendí nada en lo absoluto.   



No hay comentarios: